Estaba recientemente repensando en la posibilidad de escribir sobre un personaje menos insípido que los sípidos personajes de la gloriosa cartografía de mi patria, cuando escuché-leí en el libro más inimaginable de Horacio Elías Tórner, el concepto de “otredad” explorado por los metafísicos y estadístas más vericuetosos desde Descartes.
Me llamó mucho la atención el valor literario de este concepto, el cual puede ser aplicado de forma muy concisa y clara desde el punto de vista de los otros pero es muchísimo mejor cuando son los otros los que lo aplican.
Se formuló así una premisa para el siglo literario que se engendra en los conglomerados neurálgicos de mi red ideológica. Autocriticar la literatura desde el punto de vista de los otros. Para eso, lo único que se necesita es ser otro. Pero ser otro puede llevar a una noción ontológica nada concluyente, pero eso sí muy diluible en la parsimoniosa noción de colectivo.
De nada vale todo esto, porque al igual que otras premisas literarias que he procurado adoptar (como la simpleza formal con enorme contenido conceptual, que más bien ha sido como un enorme y casi-barroco formalismo literario con poco contenido conceptual. Aún así, mis textos poco sustanciosos me han parecido divertidos), estoy seguro que no lo voy ni a recordar cuando esté alistando a mi próximo personaje menos insípido que los sípidos personajes de la gloriosa y elocuente literatura propia a la cartografía de mi landia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario