El carácter se vuelve tibio, no se tocan los labios, se acarician entre si. Se transforman las miradas, no son las mismas criollas, se sofistican hasta encontrar el punto focal, máxima filosófica, mordaz acontecimiento.
Las palabras son bellas, no cuando expresan, sino cuando no son necesarias; en su fase descriptiva, cuando se convierten en frágiles hilos irrompibles que amarran recuerdos ilusos de emociones convertidas en ficticias por el tiempo a imperecederos monolitos de estática trascendencia, que llenan de alegría el ser.
No es ontológico lo que se vuelve nimio, ni humano lo que se torna mortal, hablamos de pura elegancia, no de forma ni de fondo, sino de lo que hay entre ambas.
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